Revista "La Chaqueña" - (Diario Norte)
Domingo, 14 de Diciembre de 2008 - Publicado en la Edición Impresa
Si alguien estuviera realmente interesado en provocar un estallido social en el Chaco, no tendría más que cerrar todas las agencias de cadetería. En pocas horas, decena de miles saldrían a las calles a pedir un nuevo gobierno que restablezca el servicio.
No tolerarían la alternativa de tener que hacerse cargo, nuevamente, de pagos y trámites que hoy encomiendan a ese ejército que va de aquí para allá con sus motos o sus bicis. La mitad de esas gestiones ya no sabrían cómo hacerlas, y la otra mitad no la soportarían. Para ellos, el infierno tan temido es el de volver a las exasperantes filas en la Caja Municipal, o tener que encarar otra vez el laberíntico recorrido para la aprobación de un estudio en la obra social.
Pero haya paz: las agencias gozan de buena salud, y no dejan de crecer en número. La aparición del servicio en Resistencia fue en 1996, con una empresa de 30 cadetes. Hoy las prestadoras son más de 30, y quienes trabajan para ellas son entre 500 y 700 personas, en su mayoría jóvenes de 16 a 30 años. Transportan a diario sumas de dinero que, según la altura del mes, pueden ir de los 100.000 pesos al millón, para cubrir un promedio de 9.000 pedidos por jornada.
Pagos, amantes, sueños pesados
Si bien el uso más habitual para la motomensajería es la realización de pagos y trámites, el mundo de los cadetes está repleto de historias escritas sobre los márgenes. Los encargos, muchas veces, muestran la amplitud que tiene la imaginación de los clientes, o simplemente confirman que el amor y los dramas cotidianos no tienen fronteras.
“Una vez a uno de nuestros chicos un cliente lo mandó a comprar un ramo de rosas para la esposa, y otro para la amante”, cuenta Alberto Bellier, de la agencia Fox, que sigue el relato: “El chico fue a hacer las dos entregas, con la advertencia de que si en la casa de la amante lo atendía una mujer, él tenía que decir que las flores se las enviaba este señor. Pero si lo atendía un hombre, tenía que decir que al ramo lo mandaba una compañera de trabajo de ella”.
Martín Sánchez, de la misma agencia, dice que los encargos relacionados con pasiones en falta son habituales. “Algunos clientes usan un cadete para mandarle la mensualidad a sus amantes. Eso, aunque pueda causar gracia, señala también el nivel de confianza que se tiene en este tipo de servicios”, analiza.
El mismo Bellier, que trabajó para otra agencia antes de montar la suya propia, se encontró una vez en una situación incómoda. “Desde un remís cargado de cosas me encargaron llevarle un sobre a un tipo en una carnicería. Se lo llevé, y el hombre lo abrió delante de mí. Enseguida empezó a pegarle piñas a la pared. Era una nota en la que la mujer le decía que se iba de la casa. Yo saludé y me fui rápido”, recuerda.
En otra ocasión, una cliente le encargó rastrear el domicilio de un hombre para avisarle que su hermana había fallecido. “Fue re-difícil, es horrible tener que dar una noticia así. Era un día que había llovido, y tuve que andar por el barro para encontrar a ese señor. Se le quebró la voz cuando le dije”.
Tampoco es raro que alguna gente llame pidiendo que un cadete vaya a despertarla al día siguiente. “Hay personas que se tienen que levantar temprano, para ir al trabajo o para tomar un remedio, y dicen que con el despertador no pueden. Nos dicen que mandemos un chico a patearle la puerta a la hora indicada. Se despiertan, salen, y pagan el mandado”, comenta Bellier.
Todos los climas
En las promociones turísticas suele decirse que Argentina tiene todos los climas. El Chaco también, y lo tienen comprobado los motocadetes. “Desgasta mucho trabajar en esto, andar con calor, frío, sol, lluvia”, dice Gustavo Fernández, un muchacho que tiene 25 años y lleva cinco en esto. Probó otros trabajos, pero prefiere seguir cruzando la ciudad en su moto. “En otros empleos se extraña la calle y que nadie esté encima de uno diciendo `hacé esto, hacé lo otro’. Acá cada uno maneja sus tiempos, y ya sabe lo que tiene que hacer. Las horas así pasan rápido”, dice.
Gustavo ya tuvo cinco accidentes de tránsito. En el ambiente de los cadetes, ser atropellado es una bendición, a menos que el asunto sea grave. “Gracias a los seguros que cobré, me pude comprar mi propia casa. Antes vivía con mis viejos”, cuenta. A cambio, tuvo que dejar un diente y un dedo rotos.
Silvia Gianfranghi tiene seis hijos, y la necesidad de ayudar al presupuesto familiar. Su esposo gana 200 pesos por semana, y ella suma unos 30 por día con sus ocho horas diarias sobre la moto. Antes vendía sándwiches en la zona de la vieja terminal. Su sueño es tener un trabajo más estable y menos riesgoso. “Es algo que ayuda a tener independencia económica, pero es peligroso, por cómo está el tránsito y por la plata que se lleva para hacer pagos de particulares o empresas. Me gustaría tener algo más seguro”, confiesa.
Con algo parecido se ilusiona Liliana, que desde los 18 está en el rubro. Ya tiene 23, y admite que pese a intentarlo, no consigue otra cosa. “Esto sirve para salir del paso, pero es mucha tensión todo el tiempo, pensando en que no te choquen y no te roben”, dice.
Detrás del peso
La actividad, así, congrega a un variopinto universo de trabajadores. Desde los apasionados del rubro, que aseguran que no querrían otro tipo de empleo aunque estuviera mejor remunerado, hasta los desangelados que abrieron esta puerta después de constatar que todas las demás estaban cerradas. Hay chicos en pos de tener su propio dinero, jóvenes necesitados de sostener gastos familiares y también adultos que por su edad ya no encuentran otra manera de hacerse un lugar en el mercado laboral. “Les cuesta adaptarse, pero son más responsables que los chicos”, evalúa Bellier.
¿Cuánto ganan? La cifra es, obviamente, variable. Pero el número oscila entre los 30 y los 70 pesos diarios. La suma se calcula dándoles el 70 por ciento de los mandados cobrados, y el otro 30 por ciento queda para la agencia. El monto resultante depende del tipo de encargos del día, de la propia habilidad para realizarlos, del grado de ecuanimidad del encargado de repartir los pedidos y, sobre todo, de la suerte. Una jornada en apariencia esplendorosa puede fracasar con la caída de sistema de un banco, o con un paro sorpresivo en la Caja Municipal, o con un cliente con ganas de joder a alguien. Es el caso del dueño de una concesionaria de autos, que siempre discute los precios de los mandados, como si en los 2 pesos que regatea se jugara su fortuna.
También están los usuarios que pueden endulzar una semana entera. Como la mujer de la calle Corrientes que invariablemente recibe sus pedidos con un camisón transparente. Si fuera por los cadetes, le entregarían las doce empanadas de a una. O la profesora en educación física que, despechada con su novio, le dijo a Javier Escobar que la sacara a pasear en su moto. “Después entregué las pizzas todas frías, pero ni loco le iba a decir que no”, recuerda.
Emanuel, con 17, recién empieza su experiencia. Empezó con su bici, pero ahora ya tiene una moto. “Me metí porque a veces yo quería un pantalón, una zapatilla, y mi viejo no me podía dar —explica—. Me gusta, pero no me veo trabajando en esto para siempre. Quiero terminar la secundaria, y buscar otra cosa”.
Si Icaro hubiera vivido en estos tiempos, quizás hubiera sido motocadete. Aquello de viajar hacia el sol con alas pegadas con cera era una desmesura. Pero aquí abajo, en las calles, con la moto, los sueños parecen menos locos.
Nota: Sergio Schneider - (Diario Norte) / Fecha: 14 de Diciembre de 2008
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